jueves, 27 de enero de 2011

Hablando de…

 

La habitación había sido horas antes el campo de batalla definitivo de una guerra que había llegado por fin a la conclusión correcta. Ambos habían hecho historia, pero ninguno lo sabía.

La noche comenzó como cualquier otra, quizá algo más agitada de lo que solían serlo. Acabaron en ese punto por casualidad, ella juró que nunca volvería y él tenía ganas de derrumbar por completo su recuerdo, incluso si ello significaba dejar atrás las cuatro estrechas paredes a las que solía llamar su “hogar”.

Nadie hubiese apostado por los hechos que se dieron esa noche, pero ¿no es acaso así como se dan los hechos únicos?

Y ahí estaba él, parado en frente de ese edificio en señal de despedida, junto a un taxi y con un vuelo esperándole hacia lo desconocido. Así que de allí salió esperando no volver en mucho tiempo.

Subió en el taxi y marchó hacia su rumbo establecido.

Y allí estaba ella, pasando una vez más por esas calles que solía frecuentar y que ahora había olvidado, por eso acabó así, en aquel lugar que tanto solía visitar y que ahora sólo había sido una confusión en el camino. Así que allí se estuvo el tiempo que se fumaba un cigarrillo, y se fue recordándose no volver jamás.

Dejó sus huellas en la calzada mientras la lluvia las borraba.

Minutos después después el taxi se devolvía porque una persona con mucha prisa había olvidado la cartera. Y subió corriendo a buscarla, sin fijarse en nada más.

Ella aún estaba cerca, y todavía nerviosa por la cantidad de recuerdos, así que fue a buscar otro cigarro, para darse cuenta de que los había dejado en el muro del portal, como solía hacerlo.

- Puedo ir y cogerlos en un momento –pensó.

Y es que tan rápido fue, que ni siquiera se dio cuenta de que la luz estaba encendida y al momento se apagó. Y es que ambos tenían tanta prisa que hasta la torpeza tuvo lugar, el lugar donde él cayó antes de llegar a la puerta.

Y ahí fue donde ella entró, ignorando todo lo demás, y sin ver su cara, lo ayudó a levantarse.

- ¿Estás bien? –y ahí fue donde él levantó la mirada, y volvieron a verse.

- Muchas gr… –ahí fue donde él recordó todo, tantas cosas que había intentado olvidar, y muchas otras que sin querer había olvidado- Creo que la primera vez la situación sucedió al contrario.

- Eso fue hace mucho tiempo, y no sabía que eras tú.

- No disimules, eres una buenaza. Estaba a punto de irme, pero pareces estar cansada. Sé que ahora no quieres saber nada de mí, pero al menos concédeme el preocuparme por ti.

- Esta bien, pero sólo un rato ¿eh?

- Sí, lo que necesites.

Ambos subieron nuevamente las escaleras que tanto tiempo atrás habían subido tantas veces. Ya no se acordaban de un taxi, ni de un avión, ni de una caja de cigarros.

Prepararon café y se pusieron a hablar como si fuese la primera vez, con la diferencia de que ésta no era una primera vez, y muchas cosas aún seguían estando e hiriendo.

- ¿Por qué me dejaste? –preguntó él, y la atmósfera cambió de forma radical.

- …Porque no me amabas –respondió ella de forma fulminante.

- ¿Cómo que no te amaba? ¡Te amaba y te lo demostraba!

- Tú sólo estabas enamorado de la idea del amor…

- ¡Tú eras mi idea del amor!

Ella intentó replicar a eso, pero no podía, sentía que ya lo había dicho suficientes veces, y que ésta ya no saldría. Entonces fue cuando él encontró la respuesta, y cuando todas las tornas jugaban a su contra, hizo una apuesta.

- Te propongo un trato, teoricemos sobre el amor, sólo hay 4 condiciones: tú, yo, sin palabras y sin ropa.